jueves, 17 de febrero de 2022

Convergencia

 

J. W. Turner




La caja roja del Happy meal le sonreía. Era el primer gesto amable después de tres cuartos de hora de cola entre gente ansiosa, que señalaba carteles de comida entre el olor de la fritanga.

Durante la espera le divirtió la idea de imaginar a Manuel Vilas sintiéndose Lenin mientras mordía  patatas y observaba a los comensales en ese “restaurante comunista”,  bajo la mancha del ketchup rojo.

 De vuelta al coche dejó la bolsa del MacDonald en el asiento del copiloto y se quitó la camiseta de tirantes. El bikini rojo  anudado al cuello fue la salvación ante el calor bochornoso. Tocó la cicatriz de su pecho. Tras dos años de la operación ya casi no quedaba huella del melanoma.

   El cielo, muy nublado, amenazaba tormenta. Bajó la ventanilla,  comenzaba a correr un poco de aire fresco. Bebió un trago de Coca Cola Zero. Ese Zero que parecía liberarla de la preocupación por las calorías que aguardaban dentro de todos esos envases. Con curiosidad  rasgó la bolsa transparente con el juguete de regalo. Era la figura del payaso del MacDonald, que giraba su cabeza y saludaba levantando un brazo, al apretar un pequeño botón.  Nunca entendió  el toque lúdico de aquel personaje, tenía un lado terrorífico que le llevaba directamente a la cabeza de Stephen King y su payaso de IT. Un Hamelin diabólico que  llevaba a los niños a un lugar donde sólo hay obesos mórbidos jugando a máquinas tragaperras. Lo puso sobre el salpicadero,mirando hacia el exterior.

    Le apetecía seguir escuchando el disco Bloom de Beach House, mientras consumía aquel arsenal de baratijas culinarias y observaba el cielo.

Sonaba Myth. Drifting in and out// See the road you're on// you came Rolling down the cheek.

Thomas conducía un Land Rover verde mientras miraba cómo se iban concentrando  las nubes en el cielo. El aire frío estaba llegando en capas altas y esto aumentaba el riesgo de tormentas vespertinas. Hacía quince años que vivía en Estados Unidos. Ahora residía en Wichita, en el estado de Kansas. Trabajaba para  el Centro Natural de meteorología como cazador de tornados. Conocía muy bien “el corredor de los tornados”, ése área llena de llanuras, relativamente plana, donde el frío polar de Canadá se encuentra con el cálido aire tropical del golfo de Méjico y da forma a la mayor parte de los torbellinos salvajes de la zona. Ahora de vacaciones en España viajaba hacia el  faro da Illa de Rúa en Ribeira. Quería hacer un recorrido por diferentes faros  del norte de la Península. Le fascinaban los faros como paraíso de la soledad en lugares donde parece que todo empieza y todo termina.

   Comenzó a llover.

   El  destino de Raquel estaba en Francia, en Trouville sur mer. Aún le quedaban 1072  km por delante. Había alquilado un apartamento y esperaba pasar los siguientes dos  meses en aquella zona. Estaba escribiendo un libro sobre las casas y los objetos de diferentes celebridades. Quería estar lo más cerca posible de la casa donde Marguerite Duras había pasado los últimos años de su vida. Un famoso periódico se lo había encargado. Tenía un año para escribirlo. Había planeado aquel viaje desde hacía meses y ahora estaba ocurriendo.

 Allí dentro del coche se sentía segura conduciendo su vida como Marguerite en Los miradores de Poissy, huyendo de los otros. Tras los años de angustia por el cáncer había aprendido que el verdadero estado natural del hombre es la soledad y no hay que tenerla miedo. Miró hacia los asientos de la parte de atrás del coche. Ahí estaban todos los ejemplares de libros, documentales y películas de Marguerite Duras amontonados en bolsas y cajas esperando documentar  una historia.

  

Encendió un cigarro. Thomas comprobó que casi no quedaba gas en el mechero. Era un Clipper azul con el dibujo de una margarita blanca que le había regalado su exmujer  hacía muchos meses. Abrió la ventanilla y lo lanzó al vacío. No quería seguir recordándola, al menos ahora no. Quería empezar de cero sin ella. Aspiró con fuerza el humo de aquel cigarro y lo expulsó suavemente mientras se fijaba en los oscuros cumulonimbos que venían de varias direcciones. Pese a tantos años viendo todo tipo de maravillas atmosféricas, no dejaba de asombrarse. Le fascinaba ver como esos  fenómenos se formaban al coincidir unas determinadas condiciones atmosféricas en el tiempo y el espacio, en un preciso punto que sólo el azar podía convocar. Convergencia. Pensó en lo efímero de aquellas presencias  

-Todo lo hermoso tiene su fin- pensó.

   La lluvia ahora era intensa.

   Raquel tomó de nuevo el payaso de MacDonald, esa figura siniestra que recordaba al payaso de IT. Tocó de nuevo la cicatriz de su pecho. Sí, tras dos años de la operación ya casi no quedaba huella del melanoma.

El sonido de una  pequeña explosión en la carretera la sorprendió mientras tomaba el último MacNugget. Un Land Rover había reventado varias de sus ruedas y se dirigía hacia su coche hasta empotrarse violentamente sobre él.

 

 

 


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