lunes, 17 de febrero de 2025

-EL LEGADO LUMINOSO-

 

Obra de María Cristina Vega

 

 

–¿Un gorila rojo en un árbol de Navidad?-dijo la pequeña Olivia.

-¿Acaso a los gorilas no les gustan los árboles?-contesté sonriendo.

-¿Y qué hace ahí? –

-Está escondido entre las ramas disfrutando del lugar-dije mientras recolocaba una bola azul brillante que estaba a punto de caer.

Mi hermano Patricio y su marido Hans, que era danés, habían preparado la cena aquella Nochebuena. Un par de sabrosos patos asados con lombarda y patatas glaseadas. Ahora estábamos en el postre, hermanando polvorones y turrón con deliciosas galletas de jengibre con forma de corazón.

Acordamos no encender la televisión. En su lugar bailaban por la casa las canciones populares de una Playlist. En el centro del salón estaba la espléndida mesa navideña. Sobre ella, dos cirios azules recordaban a nuestros eternos ausentes. Cuanto echábamos de menos a mi hermana Beatriz.

La tía Verónica se incorporó como pudo para coger una de las velas.

-La muerte no existe, ¿verdad, Jorge? -dijo con voz temblorosa mirando la candela.

-Algún día nos encontraremos todos de nuevo -dijo mi padre.

-Hay muchas teorías científicas sobre eso. ¿Sabíais que más del 95 % de los físicos ganadores del premio Nobel creen que existe un Dios? -comentó Hans.

Miré el viejo reloj   del salón. 01:11 h de la madrugada.

De repente, la tía Verónica se levantó de la mesa. Nadie sabía por qué, pero todos los años se ausentaba a esa hora para recluirse un rato en su habitación.

Con el objeto de despejar aquel misterio, el día anterior decidí hacer un pequeño agujero en su puerta.

Discretamente, abandoné la estancia mientras “El burrito sabanero” enredaba a los comensales.

Llegué a la puerta. Acerqué un ojo a la indiscreta mirilla.

Verónica estaba tumbada en la cama con una caja de cartón entre sus manos. Era de color blanco y tenía un número 19 grabado en uno de los lados. Presionando la perilla de la luz principal, dejó todo a oscuras.

De repente, pude ver como una pequeña esfera luminosa de unos diez centímetros de diámetro salía de la caja y se mantenía flotando frente a ella. Verónica observaba en silencio. 

Entonces, comenzaron a aparecer dentro de la esfera imágenes que se desvanecían   rápidamente. Bosques, tormentas, tigres blancos, atardeceres, galaxias, océanos, todo un microcosmos infinito de luz en la oscuridad.

El prodigio duró apenas unos intensos minutos.

-Puedes pasar, Isabel- dijo dulcemente Verónica.

Avergonzada no quería responder admitiendo mi espionaje.

-Te esperaba, cariño.  Este Aleph, ahora te pertenece-

Tardé en decidirme a entrar. Cuando me acerqué a la cama pude ver como una sonrisa llena de paz invadía el rostro de mi tía.

Entonces, la esfera salió de nuevo y se quedó flotando, ahora frente a mí. Dentro de ella pude ver, por un instante, a Verónica y a Jorge abrazados, hasta desaparecer.

Desde entonces, cada 25  tomo aquella caja 19 y visito el microcosmos infinito. Ese punto del espacio que contiene todos los puntos del Universo.

Cuando miro a la pequeña Olivia, sonrío.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

UN LUGAR PROPIO

Una artista 1882 (Aurelia Navarro)




Soy la artista. Mirad mi perfil, parece el de un clásico de noble renacentista.

Cuando la juventud guiaba el pincel de mi mano, con libertad y valentía ideaba imágenes sin prohibiciones en la sociedad hostil en que vivía. Ser mujer nunca fue fácil. Desnudos, sonrisas de éxtasis, muchachas soñadoras entre flores, también muchachas tristes. Siempre oteando más allá de los paisajes, de los retratos, de los lugares apropiados donde a las señoritas se nos permitía entretenernos con la pintura.

Mi ímpetu fresco tocaba la vida sin miedo con pinceladas de color y energía moderna. Dominaba la luz y las sombras, trabajé mucho para controlar las técnicas. Rehuí de las soluciones académicas y equilibradas. Pinté mi Granada con encuadres audaces, saltando normas como una niña jugando a pisar charcos después de la lluvia. Joven, soltera, valiente.

Ser mujer nunca fue fácil. Cuando me vino el éxito con mi obra más arriesgada, un coro de voces comenzó a perseguirme con la conveniencia de lo adecuado hasta lograr el silencio de mis manos.

Yo solo quería pintar la vida, continuar mi viaje pionero.

Hoy, en la sala 62A  de este Templo del Arte, junto a María Roesset, soy visible entre los grandes hombres dueños de mi época. Un lugar propio al fin.

 

-EL LEGADO LUMINOSO-

  Obra de María Cristina Vega     –¿Un gorila rojo en un árbol de Navidad?-dijo la pequeña Olivia. -¿Acaso a los gorilas no les gust...