Ayer soñé que meaba en la calle sobre un árbol decorado con
luces navideñas, mientras miraba sonriente hacia un brillante cielo nocturno.
Uno no se da cuenta de lo necesario que es salir a la calle hasta
que no puede pisarla.
Soy un soltero solitario, convencido y contento.
Pocos saben del placer de colocar por los rincones de la casa
libros boca abajo marcando el punto exacto de parada en cada lectura. O
dejar todas las piezas de los Warhammer esparcidas sobre la mesa del salón
preparadas para otro tiempo de pintura y montaje cuando me apetezca. Disfrutar
de la fortuna de tener todo ordenado en mi propio desorden.
Aunque a veces nadie te recuerde que hay por el suelo un cable
de una taladradora sin desenchufar, que está olvidada sobre una escalera
de aluminio. Y que un tropiezo fatal provoque un efecto dominó que
te estrelle contra el suelo. Como resultado una fuerte torcedura de tobillo y
una pequeña brecha en la frente. La condena de las caídas tontas.
Gritar y sentirte en un desierto con ese maldito dolor que
te deja sin respiración. Pasar una eterna mala noche con el tobillo hinchado y
un paquete de guisantes congelados sobre él.
Así estoy desde hace horas.
Observo el exterior desde la ventana del salón de mi casa,
sentado en mi sillón con la pierna izquierda en alto plantada sobre una
silla.
Nunca he sido un mirón, pero desde hace meses estoy invadido
por el espíritu de Jeff Jefferies. Me entretengo observando el
transcurrir de las vidas de mis vecinos en los pisos que
tengo enfrente.
El pijama con el logo de The Avengers se ha convertido en mi
propia piel. Miro la mancha de las gotas de sangre del golpe en la cabeza. No
me apetece levantarme para cambiarme de ropa.
No necesito prismáticos. Es una calle estrecha. Casi puedes
sentirte dentro de las casas con un pequeño vistazo.
Disimulo bien porque delante de mí tengo el televisor. Estos
días siempre está encendido.
Puedo ver el saludo diario que me ofrecen con un corte de mangas
dos gemelos adolescentes cada vez que se asoman a la terraza. Se encogen de
hombros y me gritan un -¡Pringao!- que se ha hecho un clásico para fichar
todas mis mañanas.
Por las tardes una anciana desde su balcón riega sus
plantas, generosamente, esperando a que alguien pase justo en ese momento por
debajo de su ventana.
Una madre con hijos muy pequeños sale a la terraza muchas
veces para fumarse un cigarro. A veces me mira como pidiendo auxilio. Parece
Sofía Loren en una de sus jornadas particulares.
Y también veo a mi favorita, una adolescente que cada vez que sus
padres se marchan de casa, pone una camiseta negra colgada en el alfeizar
de su ventana. Transcurrido poco tiempo la veo junto a su novio dentro de
su habitación follando como una salvaje. Siempre tiene las cortinas abiertas.
Todas las noches se fuma un cigarro mirando hacia mi ventana, juraría que
me sonríe. Prefiero no pensarlo.
Observo uno a uno a mis héroes en sus láminas enmarcadas decorando
las paredes del salón. Siempre he querido ser un superhéroe. Ahí están Iron
Man, Hulk, Thor, Capitán América y mi preciosa Viuda Negra diciéndome:
“Prefiero pegarme un tiro antes que arrodillarme”
Amo a la Viuda Negra, mi mujer perfecta. Sí, alimenta todas
mis fantasias. No quiere depender de mí, ni controlarme.
Hace meses pedí traslado en mi empresa a esta ciudad. Estoy lo
suficientemente alejado y lo suficientemente cerca de la familia para no ser
molestado. Lo he logrado, ni una señal de nadie desde hace semanas.
Trabajo en una empresa de seguros de vida, en el departamento de
decesos. Mis horas de desplazamiento se han esfumado gracias al
teletrabajo. Ahora toda mi vida es un gran pack con todo incluido.
Nunca he necesitado compañía para divertirme. Puedo pasar horas
escuchando música, leyendo mi colección de comics, observando las formas
extrañas que dejan los restos de comida en mi plato.
Hay mucho silencio. He de reconocer que echo de menos escuchar a
los compañeros quejarse por todo, lanzando chistes dudosos,
despellejándose unos a otros.
Nunca veía canales de televisión, ahora el aparato está encendido
a todas horas para escuchar las chorradas de la gente en programas anodinos y
ver las noticias del día.
Mañana es Nochevieja. Este año me gustaría comer las uvas aunque
me atraganten y resulten desagradables a mi garganta. Quién lo diría, qué
triste no escuchar el anuncio de “vuelve a casa vuelve por Navidad”.
Pienso en la cantidad de gente que este año no volverá a sus
casas jamás.
Maldito virus. El Gran Villano del mundo.
-¿Queréis sobrevivir? Entonces debéis cambiar, actualizáos,
jodidos ciudadanos del mundo- escucho gritar a Tony Stark.
- “Yo podría conseguir la fusión de iones pesados en cualquier
reactor del Planeta”-comenta Hulk- “Hulk aplasta, Hulk destruye”.
Veo a la adolescente mirando desde su ventana hacia la mía. Está
haciéndome una foto con una Canon. Siempre supe que ese cigarro, apoyada en el
alféizar de su ventana, me lo dedicaba a mí.
Miro mi teléfono.Ni un mensaje.Ni una llamada.
Sonrío a mi Viuda Negra. De repente me guiña un ojo. Salta
desde el cuadro como una gacela. Se planta frente a mí.
-¿Quieres seguir mirando a la pared o quieres ir a trabajar?- me
dice.
Entonces me sobrevienen todas las ganas del mundo de mover hasta
el último rincón de mi cuerpo.
Comienzan a dar golpes en la puerta de entrada. Gritan mi nombre.
No tengo ganas de levantarme.
Aparecen en el cuarto un par de policías y un médico. Hablan
pero no les entiendo.
Mi vecina adolescente les acompaña.
- Lleva varios días sin moverse- comenta preocupada.